No hace mucho, Sarah, una amiga y paciente mía, me llamó desde el aeropuerto de los Angeles porque olvidó la nota del doctor, donde explicaba porque a su perro, Big Ed, se le podría permitir acompañarla en un viaje a Paris. Rápidamente, escribí un correo electrónico explicando que Sarah era una paciente de trasplante de riñón, quien dependía de Big Ed para aliviar la ansiedad crónica. Afortunadamente, los oficiales de la línea aérea lo aceptaron. Sarah abordó el avión con Big Ed junto a ella y cruzaron el Atlántico juntos.

Para los demás en el avión, puede haber sido solo un vuelo transoceánico más, pero para Sarah sería el viaje de su vida. De alguna forma, mirando hacia atrás, resultó ser uno de los viajes más importantes de su vida, pero no de la forma que ella lo esperaba.

Sarah había sufrido de mala salud desde que era niña. Comenzó incluso antes de empezar la escuela, con una variedad de infecciones menores y resfriados frecuentes y fue en aumento en la escuela secundaria, hasta series de fiebres incómodas y persistentes. Su doctor le aseguraba que era solo una infección viral que probablemente se mejoraría con el tiempo. Resultó ser un diagnóstico erróneo. Sarah continuó sintiéndose peor y empezó a sufrir de dolor en las articulaciones, seguido de una erupción facial extraña y atemorizante. Se sometió a unas series de exámenes de sangre que revelaron que ella padecía algo más serio que una infección viral. En uno de los exámenes llamado anticuerpo antinuclear o ANA (por sus siglas en inglés); fue altamente positivo. Significaba que su sistema inmunológico estaba funcionando mal y atacando a su propio tejido. Otros estudios sofisticados confirmaron un diagnóstico de Lupus eritematoso sistémico, SLE (por sus siglas en inglés) o Lupus. Sarah y su mamá estaban devastadas. Se les dijo que su futuro estaría lleno de largas batallas crónicas de salud, con síntomas de alto alcance. Estaban conmocionadas y molestas, pero incluso el diagnóstico simple no describió el panorama que estaba por venir.

Susan, la mamá de Sarah, tenía una voluntad de hierro y un espíritu maternal indomable. Su reacción sobre el diagnóstico de Sarah, cambió rápidamente de la incredulidad a la obstinación para luchar por su hija. Aceptó el reto como una tigresa defendiendo a su cachorra. Nuevamente, tener el apoyo familiar es un elemento importante en estas historias – aunque el propio carácter y resolución del paciente es finalmente la parte más esencial de la curación.